lunes, 29 de agosto de 2011

CAPÍTULO 32. Encontrar a Laura: recuperar una Identidad perdida.




En la mayoría de los casos, los recuerdos de vidas anteriores están ocultos en lo profundo del subconsciente. Sin embargo, con un facilitador hábil que sepa emplear el trance hipnótico, los recuerdos, previamente difusos y ocultos, pueden cristalizar y resurgir, aportando comprensión y sabiduría a la vida actual.
Mucha gente viaja de una vida a otra sin conocimiento consciente de la vida anterior, ni de la persona que fueron. Y, sin embargo, vivirnos vidas plenas y completas sin ese conocimiento.
Pero ahora, imagina que estás en esta vida, y que has cambiado de una identidad a otra y no puedes recordar, conscientemente, quien eras ni cómo viviste la primera parte de tu existencia. Este capítulo describe esta experiencia increíble, y cómo la regresión a vidas pasadas, y a la vida entre vidas, ayudó a una joven.

ÉSTA ES LA EXTRAORDINARIA historia de Laura, que a los diecisiete años de edad se encontró deambulando por las calles de Toronto, sin saber quién era, ni cómo había llegado allí. Por fortuna, una señora de Quebéc que esperaba en una parada de autobús, vio a Laura sola, y llorando. La mujer le preguntó si podía ayudarla, y al escuchar su historia, se la llevó a casa para ofrecerle un té, darle algo de comer, y llamar a la policía para ver si había habido algún accidente, o denuncia de desaparición.
Pero nada había, nadie interesaba por Laura.
Esta mujer maravillosa, dio a Laura un hogar temporal, en el que pudo quedar unos meses, viviendo con una identidad asumida, y temerosa de su pasado. Se preguntaba, quién había sido, y qué cosas terribles debía haber hecho para que quedaran, completamente, bloqueadas en su conciencia. Revisaba diariamente los diarios, en busca de algún informe de personas perdidas, pero nadie era compatible con su descripción. Desde ese tiempo, hasta que vino a verme, más de cuarenta años después, Laura desconoció, completamente, su verdadera identidad.
A los pocos meses de haber empezado su nueva y misteriosa vida, Laura conoció al que sería su marido, llamado, Don. Ella era profesora de bailes de salón y él, un nuevo alumno. Sintieron una conexión instantánea, como si se conocieran de otra vida.
A lo largo de décadas de matrimonio, Don fue sólido como una roca, siempre dispuesto a ayudarla a encontrar su verdadera identidad. Exploraron todos los medios de identificar a las personas, incluyendo las huellas dactilares, la policía local, la policía montada del Canadá, detectives, abogados e internet. «Al menos, sé que no estaba fichada como criminal», decía en broma. Pero no podían ir más allá de las fronteras de Canadá, pues Laura no tenía documentación ni historial médico.
La pareja compró una casa en las afueras, bailaron por la noche en los clubes locales, y dedicaron los fines de semana y las vacaciones, a viajar en canoa, y a acampar en lugares salvajes, oyendo el aullido de los lobos.
Durante más de una década, vivieron el estilo de vida de autosuficiencia en medio hostil; se construyeron su propia casa en una zona boscosa, a 5 kilómetros del vecino más cercano; enlataban verduras en una cocina de leña; pescaban percas, y cazaban conejos. A menudo, esquiaban hasta casa con un par de conejos para echar al puchero. Juntos, vivieron una vida feliz y satisfactoria durante treinta y cinco años.
Finalmente, Don, confió el secreto a un amigo abogado, quien sugirió la regresión hipnótica. Por miedo a lo que podría descubrir, Laura esperó otros nueve años antes de considerar la posibilidad de someterse a hipnoterapia. Fue cuando un amigo quiropráctico, les habló de una conferencia que yo había dado sobre la terapia de regresión a vidas pasadas. Don, me llamó inmediatamente.
Laura tenía sesenta años cuando vino a verme por primera vez. Laura y Don, vinieron a mi consulta para tener un primer encuentro y una primera sesión de terapia. En sus propias palabras, ella quería saber; «¿Quién soy, y de dónde vengo?»
Le preocupaba lo que podría haber hecho y quería saber si tenía familia, o si había hecho daño a alguien. También consideraba significativo que le diera mucho miedo montar en coche.
Le dije que no podía prometerle nada, pero que en el pasado había ayudado a gente a recuperar recuerdos perdidos. En cualquier caso, no podíamos empezar inmediatamente. Ella tenía tendencia a sufrir ataques epilépticos ocasionales e hipertensión, de modo que le sugerí que obtuviéramos permiso por escrito de su médico, antes de intentar la hipnosis. Aunque no hubo hipnosis formal, en aquella primera reunión le di un disco compacto para reducir la hipertensión, pues pensé que le permitiría relajarse con el sonido de mi voz.
Dos semanas después, Laura vino a la clínica con la carta de su médico, dispuesta a experimentar la regresión a vidas pasadas. Tal vez de esa manera averiguaría más sobre sí misma, y si había conocido a Don en una vida anterior. Parecía una buena idea, porque en el «camino de vuelta», podríamos explorar la entrada en esta vida y, tal vez, obtener algunas claves con respecto a su infancia. Pero, aunque experimentó dos vidas muy detalladas, no obtuvo información sobre su vida actual.
Un mes después, Laura vino a mi consulta, preocupada y atemorizada. Tenía programados un angiograma y un ecocardiograma, y temía que pudiera morir sin saber quién era. Le dije que era demasiado pronto para su muerte; «Te queda mucho baile que enseñar», y ella estuvo de acuerdo. Facilité una sesión regular de hipnosis, usando técnicas de curación mente cuerpo, y de proyección al futuro, para que pudiera experimentarse a sí misma celebrando la Navidad. Volví a conectarla con sus guías, y les pedí que estuvieran con ella durante el proceso.
Laura no volvió a mi clínica hasta un año después. Resultó que había necesitado una operación a corazón abierto. Me dijo; «Ahora estoy preparada para buscar».
Pedí, y obtuvo, permiso para intentar, «algo diferente». Facilité su regreso directo, al útero, y después, más allá, a la vida entre vidas, donde, literalmente se quedó a las puertas; «Parece niebla blanca, pero amistosa, no atemorizante, y hay gente que se mueve en la niebla que viene hacia mí. Siento este amor abrumador, y es extraño lo ligera y libre que me siento».
Había cuatro seres; «Puedo verlos y sentirlos, me rodean con un sentimiento que es difícil de explicar. Tienen unos colores preciosos, dorados y rosas. Hay un color que nunca he visto antes, no sé cómo llamarlo. Siento que vibro, estoy vibrando, y me doy cuenta de que soy como ellos. ¡Soy libre!».
Laura empezó a reírse, y parecía muy animada que temí que pudiera salirse del estado hipnótico, pero la risa se convirtió en suaves lágrimas mientras repetía; «Es todo tan hermoso, tan delicado y precioso».
Fue una sesión muy profunda y emocional para Laura. Liberada de su cuerpo físico, se dio cuenta de que era algo más. No quería alejarse de aquel espacio y de aquel grupo, y se quedó mucho tiempo en la puerta, con los que habían salido a recibirle, que parecían ser tanto su grupo como, «los ancianos sabios», tal como los llamaba. Cuando les preguntamos cuál era el propósito de la lucha de Laura en esta vida, descubrió que había elegido esta vida para aprender paciencia y a perdonar; tenía el fuerte impulso de unir a los padres que sentían temor al averiguar que la madre quedaba embarazada.
A medida que íbamos profundizando, quedó muy claro que su grupo tenía la intención de darle la pacífica conexión del alma que ella había perdido a lo largo de los años, y consideraba que todo lo demás era secundario, o que no era importante en ese momento. Cada vez que intentábamos avanzar, se nos decía, «todavía no». No obtendríamos más información del grupo sobre su vida actual; les interesaba más, dejar que ella reconectara con su verdadero yo. Tanto es así que, cuando después de un rato preguntamos si ya era hora de pasar a otra etapa de la vida entre vidas, se nos dijo; «Por ahora, tu aprendizaje está completo».
Me preocupaba el hecho de que, aunque Laura había tenido esta intensa experiencia, aún no hubiera recibido la información que necesitaba. Conforme volvíamos, lentamente, de la vida entre vidas, para entrar en el útero, se produjo un tirón repentino a medida que su vibración descendía, y se encontró en el momento de su concepción. En ese momento, oyó una pelea y sintió una energía de discordia y desavenencia. La belleza y la paz de su cara y de su aura habían desaparecido al instante, y su energía se fracturó, mientras se observaba y se sentía desarrollarse creciendo hacia el nacimiento, recordando las primeras etapas de su vida actual.
Aquellos primeros años pasaron sin grandes acontecimientos. Estaban ella y su madre, y a la edad de dos años, recordaba a una hermanita. «Yo soy la niña mayor. Tengo una hermanita».
A los diez años, Laura recordaba a un hermano pequeño, y «vivimos en un lugar llamado Georgia. Sé el nombre de mi padre, pero no le conozco».
En este punto, Laura se sintió muy excitada, y salió del trance. Le sugerí que se relajara, que volviera al estado hipnótico y continuara el viaje para poder averiguar más; y eso es lo que hizo.
Al llegar a los catorce años, Laura tuvo una reacción muy fuerte, y se puso a llorar y a temblar; «No me gusta tener catorce años, no quiero tener catorce». Le hice caso, y retrocedimos un año.
La Laura de trece años dijo que se habían trasladado a la ciudad de Detroit, (en el estado norteamericano de Míchigan), y que estaba «en casa con mamá, mi hermana y mi hermano. Teníamos que irnos. Ella ha encontrado un trabajo. Está tan cansada. Mamá está preocupada. Necesitamos más dinero. Ojalá tuviera la edad suficiente para poder ayudarla. Lo único que comemos es alubias y patatas. Estoy tan cansada».
Una vez más, traté de avanzar, pero me rechazó. La Laura de catorce años, no quería recordar.
Después de una suave curación por parte de sus guías, Laura emergió de la hipnosis muy animada, saltó de la silla y corrió a la recepción; «Don, ¡ya sé el nombre de mi padre!». Ambos estaban muy contentos. Después de un abrazo rápido, corrieron hacia la puerta para llegar a casa y entrar en internet.
Antes, Don, había buscado habitualmente, en internet, claves sobre la identidad de Laura. Miraba cada semana las páginas web de personas desaparecidas, para ver si se habían, «colgado», nuevas fotografías y descripciones, con la esperanza de encontrar algo de cuando Laura era niña. Ahora que tenía los nombres, podía empezar a buscar en portales de genealogía.
En uno de ellos encontró a un, Barry Harold Watson, nacido en una pequeña ciudad de Georgia. Este Barry Harold Watson, tenía hijos con los mismos nombres de pila que Laura había recordado. No siguió buscando. Encontró el obituario de Barry Watson, en el que venían los mismos nombres de sus hijos. Excitado pero, cauto, quería estar seguro de que era la familia correcta.
Se concentró en el hermano, pues pensó que las hermanas se habrían casado y adoptado otros apellidos. Repasó en las listas de teléfonos los, Barry Watson, de Estados Unidos, y empezó a hacer llamadas telefónicas, pero no tuvo suerte. Finalmente, intentó otra vía, y colgó una nota en una página de internet.
Inesperadamente, y para alegría de Don y Laura, un mes después, se colgó una respuesta; «¡Hola!, yo soy la hermana que Laura está buscando. Mi número de teléfono es.»
Para ellos fue muy conmovedor saber que un miembro de la familia había estado buscando a Laura. Después de muchos años de preocuparse, especular y preguntarse, Laura se había reunido con su yo perdido y con su familia perdida. Fue un momento maravilloso.
Después de la excitación de las primeras llamadas telefónicas, las pruebas de ADN demostraron que mi cliente había encontrado a su hermana y a su familia.
Laura sabe, perfectamente, que quiere permanecer en el ahora. No quiere sumergirse en los años perdidos, sino seguir disfrutando de lo que ha descubierto ahora, y en el futuro. El misterio no es un problema para Laura. Su vida se ha transformado positivamente. Ahora tiene un pasaporte, una familia y una identidad, y es ciudadana de Canadá y Estados Unidos. Ha viajado a Estados Unidos para conocer a su familia, (¡tiene seis hermanos!). También puede viajar a Europa y a donde le plazca. Se siente tan agradecida que, ada vez que consigue otra documentación, como la ciudadanía norteamericana, los papeles de inmigración canadienses, o un visado para viajar, me telefonea llena de alegría para decirme, «gracias».
Aunque facilito regularmente sesiones de vidas pasadas o de vida entre vidas, ésta siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. Es un testimonio del poder del amor; desde la bondadosa mujer extraña, que dio un hogar a Laura cuando tenía diecisiete años y estaba perdida, hasta la dedicación y el apoyo de su marido, Don, y la inexorable lealtad de su hermana, que en más de cuarenta años nunca dejó de buscar a su hermana mayor.